La quinta canción de la gira de Leonard Cohen era
Everybody knows. Lo supe el viernes, cuando por fin pude resarcirme de la desazón de ver al genio canadiense desplomarse en el escenario en tierras valencianas.
Quitando imperativos temporales por una pura cuestión de salud, el concierto del Palau Sant Jordi le dió doscientas mil vueltas a lo que se pudo atisbar en el Velódromo Luis Puig. Y eso que dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Pero va a ser que no.
¿Cómo puede ser que contando con una infraestructura de base similar -un pabellón deportivo- se hiciesen dos modelos de evento tan distintos, a años luz uno del otro?
Qué falló en Valencia:
La luz. Los ventanales y claraboyas del pabellón no estaban bien tapados, lo que impidió crear la intimidad necesaria para el concierto (a Cohen hay que verlo reverenciándolo)
El sonido. Malo. Reverberaba y se perdía en la amplitud del complejo deportivo, no sé si por falta de unos equipos lo bastante potentes.
La visión. El escenario, de tamaño reducido, y los seres humanos, de tamaño más reducido aún, eran dificilmente apreciables desde donde yo me encontraba (fila 22, muchísimo más cerca que en Barna). Sin pantallas. Las de Barcelona no eran grandes, pero como escribían hoy en
La Vanguardia, suficientes para no pasar la mitad del concierto jugando al veo veo.
El público. Que se puso en pie (todos, los 14.000, lo juro) al salir Cohen a escena, y repitió el gesto varias veces a lo largo del concierto. Que le cantó tímidamente el cumpleaños feliz, que bajó en cascada, en medio de la -agradecida- oscuridad del Sant Jordi a situarse a los pies del escenario. Comparar esos ríos de gente, en el sentido más poético y más literal del término que he tenido la oportunidad de emplear en 22 años, con el público disperso del velódromo y sus gradas medio vacías es tan absurdo como comparar, por ejemplo,
Los pilares de la tierra con
Rayuela.
El artista. Por supuesto. Ser o no ser. Nunca sabremos si a pesar de todo lo anterior el concierto de Valencia hubiese podido resultar decente. Pero la sensación, comentada cada vez con más gente, es que no hay opción a que nada relacionado con la cultura se haga bien en Valencia. Así que los promotores pueden estar contentos del corte de digestión, porque las valoraciones de ese recital que nunca se celebró no son ninguna incógnita.